Por Amador Fernández-Savater
Lucía trabaja en un teléfono erótico, maneja muchas veces con sus
clientes las mismas palabras que usa en la intimidad con su pareja y se
sorprende bajoneada cuando no consigue calentarles.
Daniel trabaja como teleoperador y está obligado a mentir a quienes
llaman protestando por alguna incidencia: su ‘sonrisa telefónica’ se
agrieta cada día que pasa, no sabe cuánto más podrá aguantar. Fátima es
arquitecta, sufre terriblemente poniendo sus conocimientos al servicio
de una construcción de ciudad sometida a la lógica del beneficio, pero
adora su vocación y no quiere dedicarse a otra cosa. Julia trabaja en
una galería de arte: su contrato fija 40 horas semanales, pero nunca
debe de haber trabajado menos de 60. Nadie se lo ordena, simplemente es
el tiempo que exigen los proyectos que gestiona, en los que se siente
personalmente implicada. Martina vive de su imagen: no considera su
belleza un don, sino el producto de un trabajo que exige mucha
disciplina.
Todos esos ejemplos nos hablan de un nuevo tipo de alienación: la
instrumentalización de lo íntimo; es decir, de nuestras inclinaciones
más profundas, de lo que confiere sentido a nuestra vida.
¿Nueva alienación? ¿Acaso no siempre ha sido así desde que el capitalismo es mundo?
La alienación significó antaño la negación pura, simple y brutal de
nuestra humanidad. “El trabajador debe ser una mezcla de orangután y
robot”, decía Taylor, el inventor de la organización del trabajo que
Charles Chaplin caricaturizara en Tiempos modernos. La humanidad se recuperaba fuera del trabajo, en la comunidad obrera, en la lucha política o en los espacios domésticos.
Hacia finales de los años 20, promover el consumo se volvió
estratégico para atajar las crisis económicas y el avance del
socialismo. El capitalismo empezó entonces a apoderarse de todo aquello
que quedaba precisamente fuera del trabajo: cultura, espacios públicos,
costumbres, sentimientos. Marcuse fue uno de los teóricos que
radiografió más nítidamente la “integración generalizada en un sistema
de necesidades dirigidas”. El hombre unidimensional que
describió es un sujeto pasivo en el trabajo, pasivo en el tiempo libre
(televisión, cine, turismo), convertido en cosa. La revolución mundial
del 68 hizo saltar todo esto por los aires.
Hoy, cuando la cultura, la información, los servicios y la creación
de ambientes son un motor económico absolutamente clave, ¿cómo se ha
redefinido la alienación? El colectivo Tiqqun lo resume en una sola
frase: ya no se nos dice “harás lo que quiero que hagas”, sino “serás lo
que quiero que seas”. El trabajo ya no es un intercambio de tiempo por
dinero, sino más bien de alma por dinero, cada uno convertido en
“empresario de sí mismo, gestionando su Yo-marca” (Santiago López
Petit). Un baile de máscaras en condiciones de precariedad, competencia
de todos contra todos, inseguridad, invisibilidad, infantilización,
jerarquía, control… El consumo ya no es un sistema de necesidades
dirigidas autoritariamente desde arriba, sino la sofisticada
construcción de personalidad que cualquiera puede contemplar en la
publicidad. Lo que se nos oferta ya no es tanto un objeto, como una
experiencia, un estilo de vida, una autenticidad. Ya lo decía The Clash:
“I’m all lost in the supermarket/I can no longer shop happily/ I came in here for that special offer/ A guaranteed personality”. El supermercado abarca ahora la realidad entera.
Las máscaras que llevamos cambian velozmente, pero estamos obligados a llevarlas con el mismo ánimo: optimismo, positividad,
felicidad, espíritu de equipo, disponibilidad al contacto instrumental,
a la ruptura de todas las fidelidades y los lazos previos, permanente
sexualidad sin sensualidad, etc.
El acicate es el miedo. Miedo a quedar fuera, a la desconexión, al
agujero negro de la soledad y la miseria. Miedo, lo que es más grave, a
regresar a nuestra propia piel porque eso nos exigiría ver el mundo
desde un lugar demasiado vacilante para el Yo-marca. Así sentimos “la
presión de la vida de ocupante en esta tierra extraña”, como canta La
Polla Records.
La proliferación incontrolada de enfermedades del alma es a la vez
síntoma y límite de esta instrumentalización que penetra todo mi ser:
pánico, depresión, fobias, anorexia, ansiedad, etc. Todos estamos al
borde de la catástrofe y del colapso, ricos y pobres. Podemos escuchar
las grietas que se nos abren en la gestión del Yo-marca o acallarlas
repitiéndonos, como el personaje de Annette Bening en American Beauty, que “para tener éxito, hay que proyectar una imagen de éxito…”, mientras te deshaces poco a poco por dentro.
Pero cuando el capitalismo instrumentaliza la intimidad, la intimidad
se vuelve también el principio de la resistencia. Ya no la conciencia o
la ideología, sino la intimidad que no se oculta sus grietas. La
máscara se convierte entonces en un disfraz estratégico, la intimidad
explotada se desdobla.
¿Y cómo se expresa políticamente el malestar ante la
instrumentalización de lo íntimo? Olvidémonos de las respuestas-zombi en
términos de izquierda o derecha, de progresistas o reaccionarios, de
partidos o sindicatos. La lucha se vuelve más difícil porque el enemigo
está en mi casa y yo estoy en la suya. Cuando trabajar quería decir
“harás lo que yo quiero que hagas”, la huelga general respondía “no lo
haré” deteniendo la producción. Pero cuando trabajar significa “serás lo
que yo quiero que seas”, ¿cómo se interrumpe esa producción? ¿Cómo hace
uno huelga de sí mismo, de su Yo-marca? ¿Y cómo se vinculan y se
organizan las intimidades heridas? La única certeza que tenemos es que
todo ello requiere otros lenguajes, otros tiempos, otras estéticas que
no son las de la política (pero sí las de lo político).
Amador Fernández-Savater es co-director de la revista Archipiélago y de la editorial Acuarela.
Fuente: http://blogs.publico.es/dominiopublico/8/instrumentalizacion-de-lo-intimo/
"Nuestra gran guerra es la guerra audiovisual, nuestra gran depresión es la vida"
ResponderEliminar"Tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos."
"Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas
La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos y eso hace que estemos, muy, muy enojados."
Evoco todas estas frases del club de la pelea porque son muestras claras de la sociedad, de los vacíos emocionales, propios y producidos, en especial la última.
Es la intimidad otra marca más que está a la venta en un aparador, hoy en día se ve gente que anda con anteojos que no necesitan, rapándose como DJ's para verse "diferentes", gente con picos, cadenas y figuras "satánicas" (muy entre comillas) que creen vivir en Noruega, otros que creen que cortarse las venas es divertido.
Hoy en día nadie explora su propia identidad, dónde está y hacia dónde va, esa identidad es lo más íntimo y preciado del ser humano, y es consumido por mentes vacías sin deseos de vivir una vida propia, si ofendo a alguien me disculpo pero no cambio este pensar.
"SER Y NO SER" suena raro decirlo pero la verdad pienso que asi es, si digo que soy, eso quiere decir que existo en este mundo soy parte de el y de sus estupidas ideologias, o mas bien soy parte de como el ser humano decidio organizarse, parte de un estado ideal en el cual hemos sido introducido.
ResponderEliminarSi no soy quiere decir que estoy en contra de toda esta basura adsurda con la que nos alimentan dia a dia y no hago nada para detener esto. eso quiere decir que simple y sencillamente no existo. si tanto nos fastidia el dia a dia, el ver como nos consumimos, nos ahogamos en el sistema. porque no hacemos algo para detener esto??
porque no podemos hacer nada, porque se nos ha educado desde que nacemos para respetar el sistema, siempre esa autoridad que esta sobre todo, que es intocable. talvez si hacemos una lucha contra nuesto yo interno, talvez asi podamos acabar con esto, nos debemos limitarnos a pensar contra corriente.